Las ondas sísmicas se detectan y
registran mediante unos aparatos llamados sismógrafos. Se basan en una
aguja estable que dibuja una línea continua sobre un papel continuo que va
pasando. Al producirse el seísmo, el rodillo de papel (y todo lo demás) vibra,
de forma que la aguja dibuja sobre el papel unas oscilaciones típicas.
El “dibujo” que producen los sismógrafos se llama sismograma. En los sismogramas se observan conjuntos de ondas diferenciados. El primero corresponde a un tren de ondas P (las más rápidas) y el segundo a un tren de ondas S. La distancia en el sismograma entre ambos grupos (que permite calcular el intervalo de tiempo entre la llegada de las ondas P y las S) permite calcular la profundidad del terremoto.
Hay dos propiedades de las ondas sísmicas que varían según
las rocas por donde se transmiten:
- Velocidad de propagación
- Ondas P: Hasta 14 km/s. Más rápidas cuanto más rígidas la rocas.
- Ondas S: Hasta 14 km/s. Más rápidas cuanto más rígidas la rocas. No se transmiten por fluidos.
- Dirección de propagación: Las ondas sísmicas internas (P y S), pueden experimentar cambios de dirección de dos tipos:
- Reflexión: la onda sísmica rebota al encontrarse con unas rocas de densidad muy diferente.
- Refracción: La onda sísmica modifica la dirección de propagación al producirse un cambio de roca. Se parece al efecto óptico del “lápiz roto” cuando introducimos un lápiz en un vaso de agua. La refracción de los rayos de luz al atravesar el agua provoca la imagen de que el lápiz está roto
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